Y quiso casarse conmigo.
Bueno, ahora es turno de compartir
mi versión. El viaje a Nueva York siempre fue un sueño para nosotros. Lo
intentamos varias veces y en 2016 lo conseguimos con un comienzo un poco
atropellado. Siempre me acordaré del día cuando compré los billetes a las
tantas de la noche después de encontrar una buena oferta y Marina estaba
preocupada por el gasto. Realmente no me importaban sus preocupaciones, yo
estaba dispuesto a comprar los billetes y asumir cualquier sentimiento de culpa.
Hasta que llegamos a la cama y ella rompió a llorar. Madre mía, ¿qué he hecho?
Ya he comprobado los billetes. Vale, si he estado dispuesto a asumir cualquier
culpa, podré asumir los gastos de cancelación de los billetes. En fin, mañana
será otro día. Ya es hora de dormir.
No te preocupes amor, mañana lo
vemos. Bona nit cariño, que descanses… - Dije yo.
Bona nit amor (sniff sniff)… -
Dijo ella.
Y desde el amanecer del día
siguiente todo fueron ganas de que llegase el 27 de agosto del 2016. Era el
viaje de nuestra vida. Sabía que era el viaje de nuestra vida. Al igual que
sabía que quería casarme con ella y que no encontraría mejor momento y mejor
lugar que Nueva York para proponérselo aquel día de principios de septiembre.
Al mismo tiempo era consciente de que cada cosa tiene su momento y no quería
eclipsar aquel gran viaje con otro gran hito de nuestras vidas. ¿Qué hago? No
quiero preguntar a nadie porque esto es cosa de nosotros y de nadie más. No, no
quiero preguntar a nadie que esto es cosa mía. Además, siempre a alguien se le
puede escapar y fastidiarme la sorpresa. Ya veré qué hago. Ya me apañaré.
No os podéis imaginar lo que me
costó decidirme. Los hilos de mis pensamientos tenían que alternarse entre
trabajo, rutina diaria, viaje, posible proposición de matrimonio… y todo esto
hasta prácticamente la última semana. Ni habiendo comprado el anillo las dudas
se extinguieron y en todo aquel mar de reflexiones estaba yo solo por decisión
propia. ¿Les pasará esto a todos? ¿Seré sólo yo? Si lloró cuando compramos los
billetes, imagínate ponerle ahora la presión de una boda y el coste que eso
conlleva. Madre mía, qué marrón. ¿Qué me dirá? Yo creo que me dirá que sí sino
no lo haría pero ¿podemos permitirnos esto? ¿Es buen momento?
Ahora o nunca. Voy a comprar el anillo.
Oups. Otro problema. ¿Cómo demonios compro un anillo sin que se entere? ¿Lo
compro en Valencia o en Denia?
¿Te imaginas que me pilla mientras
estoy en la joyería? ¿Te imaginas que otra persona me ve saliendo de una
joyería y le dice que me han visto? ¿Y si lo encuentra? Tengo que ser rápido y
discreto. Es momento de sacar mis dotes de agente secreto. Hoy, 20 de Agosto,
es un buen día y, la verdad, ya no tengo más alternativa, el siguiente sábado
nos vamos. Voy a decirle que tengo que ir a casa de mis padres para cambiarme
de ropa antes de irnos con sus padres por ahí.
¡Cariño! Me voy a casa de mis
padres a cambiarme y ahora vengo.
Vale, amor - dijo ella.
¡Genial! No sospecha nada - pensé
yo.
Y me recorrí varias joyerías en un
tiempo record para encontrar el anillo perfecto que precisamente fue el primero
que vi. Un anillo con 5 piedras, pequeño, discreto y elegante. Es muy ella. Por
mucho que busque es este el anillo.
¡Por fin todo listo! ¡es momento
de coger el avión! Escondí el anillo en el doble fondo de mi maleta sin que
ella se diera cuenta. Ahora sólo esperaba que al llegar al aeropuerto JFK de
Nueva York no me hicieran abrir la maleta delante de ella y que lo descubriese.
Encima no para de decirme:
Cariño, si nos paran o nos dicen
algo vamos juntos ¡eh!, que no nos separen. – Decía ella buscando mi apoyo
incondicional.
Sí, cariño. No te preocupes. -
Decía yo en voz alta.
De ninguna manera si se pone en
riesgo todo. – Continuaba diciendo sin voz.- Antes digo que llevo una bomba.
Pero nada, todo salió a pedir de
boca. La idea estaba clara: disfrutar del viaje, exprimirlo al máximo y
aprovechar el último día para hacerle la proposición.
Nada más llegar al apartamento que
habíamos alquilado en la calle 110 de la ciudad de los sueños, escondí al único
de mis cómplices en un rincón detrás de un espejo hasta el 4 de septiembre.
Puedo decir que realmente tuve dos
viajes: mi viaje real y mi viaje mental. Cada dos por tres, alguien nos
preguntaba si estábamos de viaje de novios y ella y yo contestábamos que no,
que si estaban de broma. Ella negaba todo y yo también. Mi cuerpo negaba a la
vez que mi mente se reía. “Pobrecita, no tiene ni idea de lo que le espera”. Yo
la contemplaba disfrutar de cada detalle al igual que yo hacía pero no podía
quitarme ese filtro de estar viendo a la que sería mi futura mujer e intentaba
retener todo lo que pudiera en mi retina. Recuerdo aquel momento que sin querer
la estatua de la libertad apareció a lo lejos entre edificios mientras
paseábamos por High Line Park y ella la descubrió. No podéis imaginar la
ilusión que le hizo y yo, que habría actuado igual en otras circunstancias, preferí
verla a ella. Y vaya que la vi.
Algo similar me ocurrió cuando
estuvimos en las cataratas del Niagara. Allí en la frontera fluvial entre los
Estados Unidos de América y Canadá. Allí en medio de un trombo de agua de millones
de litros por hora, nos hicimos mil fotos y en una de ellas salía ella con los
ojos cerrados, mojada, despeinada y con un chubasquero azul de cuarto de dólar.
Allí estaba ella, ajena a mis planes, “el amor de mi vida”.
Volvimos a Nueva York conduciendo
un Jeep y disfrutando del camino. Cualquier detalle era aún más mágico para mi.
Aquella foto que le hice delante de la puerta del motel donde hicimos noche,
aquel paseo por el muelle de un lago, contemplarla mientras dormía apoyada a la
ventanilla del coche mientras conducíamos entre campos de maíz… la Quinta
Avenida, Times Square y el puente de Brooklyn.
Y llegó el gran día. Desde hacía
tiempo le había dicho que quería comer un día en Central Park sobre una manta.
La verdad que me hacía ilusión aunque el verdadero motivo fuera crear el
ambiente perfecto para proponerle casarse conmigo.
Llevaba todo el día ocultando el
anillo en la mochila y la presión me estaba matando. No es sencillo ocultar una
caja de un anillo en tu bolsillo sin que ella sospeche. Tuve que ingeniármelas
para llevarlo oculto y a la vista al mismo tiempo y decidí meterlo en nuestra
mochila.
Temprano en la mañana quiso beber
agua y comer unas galletas saladas que llevábamos y le dije que yo le daba todo.
Claro, díselo de una forma sutil para que no sospeche que ocultas algo. En ese justo
momento el universo me echó una mano y pisé el excremento más grande que había
visto jamás – y el único que había visto en la ciudad desde nuestra llegada -.
Por su tamaño debía ser de elefante y por su consistencia no hacía mucho que el
apretón había ocurrido. Para ella fueron un montón de risas, para mi fue un
alivio a la vez que un problema.
“No fastidies, ¿voy a proponerle
que se case conmigo y me pasa esto?”.
El resto de la mañana transcurrió
bastante bien para ella. Para mi era un aumento exponencial de mis nervios, un
esfuerzo sobrehumano para controlarlos y llevar el paso de las horas
estoicamente.
Cuando era hora de comer buscamos
un lugar donde poder coger algo de comida para llevar. Y basta con buscar algo
para no encontrarlo. El tiempo estaba corriendo en mi contra porque le empezaba
a bajar la tensión debido al calor y aun quedaba un buen rato hasta entrar en
el parque y encontrar el sitio perfecto. Su humor iba a peor y ella sólo
pensaba que era un pesado por encapricharme en ir a un lugar que
presumiblemente no era mejor que otro para comer pero que sí que estaba más
lejos.
Al fin, nos sentamos en el césped
y comimos tranquilamente. Su humor mejoró considerablemente con el estómago
lleno y ahora era momento de preparar la conversación.
Decido empezar a destacar todo lo
que me da, lo feliz que me siento junto a ella, lo maravilloso que ha sido el
viaje a su lado… y abro la mochila para sacar esa cajita que había recorrido
medio mundo junto a mí en silencio. Mientras la saco, ella no para de decir que
no con la cabeza como que no se lo puede creer. De todas formas, estoy
demasiado nervioso para poder darme cuenta de ello, procesarlo y actuar. Desde
el momento que he empezado a sacar el anillo todo sale sin pensar y se lo doy,
allí tumbados, con más gente en medio de un mar de árboles custodiados por
cientos de rascacielos. Como en las películas. No me sé el guión porque no he
sido capaz de practicar delante del espejo las típicas frases. Al final me
escucho decir:
¿Quieres casarte conmigo?
No recuerdo si me dijo que si, solo recuerdo que empezaron a caerle las lágrimas y que me besó mientras mi corazón latía como nunca.
No recuerdo si me dijo que si, solo recuerdo que empezaron a caerle las lágrimas y que me besó mientras mi corazón latía como nunca.
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